sábado, 27 de julio de 2019

Américo Lugo entrando en edad

sábado, 26 de septiembre de 2015

Loas padres y familiares de Lolita Romero Correa

Francisco Romero Padilla (1849-1929) y Edelmira Elodia (Mina) Correa Angulo (1850-1929), era un matrimonio de origen español que vivia en Camaguey, Cuba, sus dos primeras hijas nacieron en esa ciudad Elodia (Yoya) la mayor (1870) y Josefina de los Dolores (1875), la segunda, ambas con pocos años de nacidas emigraron a Puerto Plata en la Republica Dominicana huyendole a la guerra de los diez años que se estaba relaizando en Cuba. Mas tarde nacieron en Puerto Plata los otros hijos: Francisco 1876, Diogenes 1877, Enrique 1879, Lucila, 1881, Jose Cruz 1883 y Maria Eleuteria 1885.





Lolita en sus 15 años.

Esta foto que yo llamo Lolita en su 15 años, es la foto de Josefina de los Dolores Romero Correo y que mas tarde se convierte en la esposa del Dr. Américo Lugo Herrera.
Esta foto estaba en poder de Evangelina de Bergés quien la llevo a restaurar al Cenacod en el AGN, en aquel tiempo su curadora Nereyda Lahit Bignot, me contactó para saber quien había sido ella y de ahí salió una gran amistad. Esta foto fue realizada en Puerto Plata y quizás unos años mas tarde ella fue conocida por el recién graduado de abogado Américo Lugo quien empezaba a ejercer su profesión en esa ciudad. Lolita había nacido en Camagüey, Cuba y había venido a Puerto Plata con sus padres Francisco Romero y Edelmira Correa Angulo de Romero y su hermana mayor Elodia quien mas tarde se hubo casado con Salvador Muñiz de aquella ciudad y pais cubano.

jueves, 2 de agosto de 2012

Mail de Christian Americo Lugo Cartaya

Estimado Dr. Luis jose Américo Prieto-Nouel:
            Hoy  encontré y me llamo la atención, su página sobre Don Americo, y veo que usted también lleva el Américo como tercer nombre.
            Quiero comentarle que el único hijo de Americo y Lolita fue un poliglota, como usted indica, llamado Américo también, y a quien se le conocía por el apodo de Chilín.  Murió en Chicago en un tren de un ataque al corazón.
            Si deseo hacerle unos comentarios.  Usted indica muy bien la genealogía de los Lugo.  Nicolás Yépez, a pesar de su militancia en el ejército haitiano, después paso a formar filas con Sánchez, y es uno de los trinitarios reunidos con Mella cuando el trabucazo que dio inicio a nuestra independencia.  Por otra parte, uno de los hijos de Tomas Joaquín Lugo Herrera, fue Cristian (en vez de Cristiano) Manuel Lugo Lovaton.  De su primer matrimonio con Aida González Herrera hubo tres hijos, Oscar C Lugo Gonzalez, quien falleció en Nueva York hace 10 años, y mellizos, Jaime y otro cuyo nombre no recuerdo, uno murió al nacer, y el otro de una epidemia de tifus cuando el ciclón de San Zenón, ambos enterrados en el cementerio de la Ave. Independencia, frente al Ensanche Lugo, al que una vez se conoció como "El Tejar de los Lugo", porque había una fábrica de tejas que inclusive tenía un ferrocarril.   Al año Aida Gonzalez murió de leucemia.  Christian M. Lugo Lovaton, frente a la pérdida de dos hijos y de su esposa, emigro a Nueva york por 44 años.  Ya muy mayor él y Cruz Amelia regresaron a Santo Domingo - ambos ya fallecidos.  Cristian Lugo era el mayor de los primos Lovaton Pittaluga, una de los cuales fue Lina Lovaton, y no tenía buenas relaciones a la fecha con Rafael Leónidas Trujillo Molina, por razones obvias, y tampoco le ayudaba que Americo Lugo era su tío, también por razones obvias, pues es casi increíble que Trujillo le haya perdonado la vida a quien le critico abiertamente.
            Estando en NY, en el 1936 caso con la cubana Josefa Elisa Cartaya Fernandez, hija del Coronel Jose Eliseo Cartaya Calero, natural de Matanzas, Cuba, (quien fue intimo amigo del apóstol  Jose Martí), y de la Sra. Elisa Fernandez Alonso, natural de Trubia en Asturias.  Cartaya Calero, era un tabacalero que vivía en Tampa cuando Martí lo visito y le insto a unirse a la revolución cubana.  La última expedición que llego a Cuba durante la guerra de independencia la costeo Cartaya Calero, quien también fue subcomandante de la expedición.  Aun existe en la carretera Matanzas - Varadero un obelisco con todos los datos de la expedición que, por el conocimiento de Cartaya sobre las costas de Matanzas, entro sigilosamente de noche sin perder un solo hombre, y así se hace constar en el obelisco.  Meses después Cartaya fue capturado y encarcelado, fugándose al poco tiempo y reintegrándose al ejercito mambí.  Al final de la guerra fue nombrado el primer administrador del Puerto de La Habana.  Al morir fue enterrado originalmente en la tumba de Jose Martí, en el cementerio Colon de La Habana.  Muchos años después su restos fueron traslados a otro panteón en el mismo cementerio.  Por años en el puerto de La Habana el remolcador Cartaya honro su nombre.
            El matrimonio de Cristian Lugo y Elisa Cartaya duro ocho años.  Ese matrimonio tuvo un hijo, Christian Américo Lugo Cartaya, quien vivió con su madre en La Habana, y quien desde el 1968 reside en Santo Domingo, y por la gracia de Dios, aun vive, y es quien le escribe.  Mi padre después caso con Cruz Amelia Isa Subero y mi hermana Martha reside en su casa materna de la Ave. Independencia esq. Calle Lovaton, en el Ensanche Lugo, cuantas coincidencias.
            Fue sumamente grato leer su página web, que pongo a continuación para edificación y disfrute de mi familia.
            Reciba un cordial saludo,
            De usted, muy atentamente,
            Christian A. Lugo C.

Christian Américo Lugo Cartaya falleció en su residencia de Santo Domingo, el 14 de septiembre de 2017, el año anterior había fallecido su hijo Christian Americo Lugo Stackley en la ciudad de Bávaro, Provincia Altagracia, producto de un accidente en motor al salir del bar de su propiedad, cuando huia debido a que lo querían atracar a esas horas de la madrugada.

Pagina web del Lic. Prieto-Nouel    http://americolugo.blogspot.com/2009/02/fotos-de-americo-lugo-en-diferentes.html

sábado, 2 de mayo de 2009

Tarjeta de Presentación de Américo Lugo y Dolores Romero particpando su boda

y poniendo a la orden su casa en Puerto Plata.

Transcripcion:

Américo Lugo y Dolores Romero
tienen el honor de participar su enlace y ofrecerle
su morada: calle San Germán casa No. ()
dias: Martes y Viernes
Puerto Plata, Abril 21 de 1893

Tarjeta de Presentacion de Américo Lugo como Ministro Consejero Plenipotenciario

de las delegaciones de la República Dominicana en Francia, España, Italia, Alemania, Holanda, Estados Unidos de America, Haiti, Cuba, y Estados Unidos de Venezuela.

Del Libro "Meditando" del Hermano Masón Eugenio María de Hostos 1909


Hostos, Eugenio María de / Meditando (1909)


LIBRO DE A MÉRICO LUGO

Hay dos trabajos de largo aliento que consagran el libro recién publicado por el señor Américo Lugo: uno de ellos, --- estudio de Derecho comparado, --- parangona las diferencias del estatuto personal francés y el estatuto personal dominicano; el otro, un breve tratado de la intervención en Derecho internacional.

De esas dos ramas de la jurisprudencia, a cual más interesante para la aplicación eficaz de la sociología a la reforma del Derecho positivo, hacen las circunstancias que una u otra sea más inmediatamente interesante según las exigencias de medio, tiempo y ocasión.

Por eso, si era importante en el tiempo en que apareció el estudio acerca del derecho el indagar [p. 234] cuáles eran en aquel momento los caracteres de ese derecho, no menos interesante para el mundo entero es hoy, cuando han acaecido actos de intervención tan nuevos como el llevado a cabo en Creta por las potencias europeas de primer orden, el realizado por los Estados Unidos en favor de Cuba, el intentado por las grandes potencias europeas con ayuda de la mayor potencia americana en China; la celebración del Congreso pan-americano; la tendencia de la razón pública en Occidente hacia el empleo del arbitramento en los negocios de interés internacional y de trascendencia humana. El asunto, en lo que se refiere a la ya de hecho resuelta cuestión de Cuba, está muy bien tratado por el libro; tan bien, que su autor, como nosotros desearíamos, para así darle una prueba de confianza en su juicio, en su talento y su doctrina, podría seguir desarrollando el tema, con sólo seguir cultivando una idea fecundísima que en la antigua Cátedra de Derecho Constitucional e Internacional se exponía, pero que aun no tiene en el mundo científico un número suficiente de paladines y propagandistas: esa idea es la de que, siendo evolutivo el Derecho, como por necesidad lo es toda y cualquiera actividad de la civilización, ha pasado sucesivamente, por desarrollo, por crecimiento, por adaptación, de estructuras embrionarias a organizaciones definidas; y ha realizado esa evolución no ya sólo en cada una de las aplicaciones a la vida de las personas [p. 235] en el Derecho civil, con todas sus secuelas; a la vida de los grupos sociales, en el Derecho político y en el administrativo; a la vida de inter-nación o vida de relación de las naciones, en el Derecho internacional público y privado, sino que ha evolucionado desde Derecho personal al nacional, y desde ellos al Derecho de Gentes. A consecuencia o en seguimiento lógico de su desenvolvimiento, el Derecho actúa en las relaciones internacionales como antes lo había hecho en las relaciones del Estado con la Sociedad, y como primitivamente lo hacía en las relaciones de las personas entre sí. Así, por ejemplo, y para patentizar la importancia que ante el estudio sistemático de los problemas de Derecho tiene el tratadito de la intervención que estamos apreciando, en la estructura primera del Derecho aparece la intervención como una de las instituciones complementarias del derecho de las personas en el arbitramento obligatorio que ya tiene andada la mayor porción de su camino en la Nueva Zelandia; como una extensión de la función de árbitros, en la llamada política de compromisos, de la familia anglo-sajona, especialmente la variedad americana; como una adaptación del principio de compromiso político y de arbitramento civil, en la Ley de las naciones. Sin tiempo ni espacio más que para desflorar los asuntos de que trata el libro del señor Lugo, basten las indicaciones del carácter serio que tiene uno de los temas que [p. 236] hemos escogido para patentizar la seriedad del libro.

Veamos ahora, en el mismo libro, otros temas que brillan más por el arte del bien decir.

II

Si no hubiéramos suprimido deliberadamente las demografías ejemplares, reproduciríamos íntegra la porción más elocuente del artículo con que empieza su libro el señor Lugo. Mas, como nos iba pareciendo infructuosa la tristeza que tal vez sólo a nosotros mismos nos procurábamos con esas demografías, y dejamos de tomar los tristes datos que suministra la prensa del país, seríamos inconsecuentes con nosotros mismos, si reprodujéramos el retrato del pueblo dominicano que hace uno de sus mejores hijos. Por el afecto filial, que palpita en ese trabajo que es a la vez un acto de devoción a las principios y un acto de devoción a su país, agrega a la elocuencia de las ideas la de los sentimientos elevados.

El señor Lugo es un joven tan juicioso, que ni a sus gustos personales ni a las malas tendencias literarias de su medio social ha dado suelta en sus escritos. [p. 237] Por eso su estilo es sencillo, y no tiene nada de retórica su elocución. Así es cómo, tanto en el precitado como en los demás escritos que citemos, es de notar que el movimiento, la viveza, la elocuencia, resultan de la correspondencia entre la forma clausular de su estilo y la precisión de sus ideas; y no la producen en modo alguno, exceso de palabras y defecto de ideas, periodicidad y ampulosidad de estilo: de estos defectos en que con razón ven los españoles de la nueva España naciente, (los Posada, los Unamuno, los Dorado), una de las expresiones de la decadencia literaria, moral y social de España, exento, por su juicio y buen gusto, está el autor de la defensa de S. Willams. Y eso que en la concepción paradójica y en la demostración, necesariamente por antítesis, que el abogado utiliza en su alegato, había ocasión para retórica sin suma. Sin embargo, es sobrio: a punto, que bien pediría el tema un nuevo desarrollo, y en dos formas igualmente útiles al Derecho: la una, desde el punto de vista del derecho de penar; la otra desde el punto de vista de la organización de la justicia penal.

Ese escrito, tan interesante como suele ser lo original, no interesará tanto a los lectores antillanos como las oraciones pro Cuba. Las tres que aquí se consideran, --- vista ya de paso la que especialmente dedica al derecho de intervención,--- son las composiciones más animadas del libro, por ser las más [p. 238] sentidas. Son como brotes de un injerto en que aparecen en concordia los dos generadores: dominicano de los mejores por la cultura, la doctrina y la razón, habla como cubano de los buenos. En la hora de la contienda de Cuba con España, debieron ser de efecto muy eficaz esas elocuentes versiones de doctrina.

Naturalmente, para quien esto escribe, no es un libro de recopilación como el que da, sino una obra de exposición de doctrina social, como la que puede dar el señor Lugo, lo que puede complacerle. Así y todo, recopilación que contiene lo ya dicho, ya valdría aunque no contuviera la biografía de G. Billini, que es una de las más felices casualidades que pueden ocurrir a un escritor. Éste, sin tiempo para preparar su relato de una vida interesante e instructiva, escribe las notas en que él cree que podía fundarse ese relato. Y cuando escribe la última nota, ha escrito una biografía completa, clara, precisa, atractiva y convincente. Así deberían ser, para ser buenos, los relatos de vidas memorables.

Santo Domingo, 1901.

[p. 241]

Reseña de Américo Lugo con sus obras

Biblioteca
Isidoro Américo Lugo Herrera 1870-1952
Género: ensayo
Por Redacción / elcaribecdn.com
Lunes 9 de febrero del 2004 actualizado el lunes 16 de febrero del 2004 a las 3:45 AM

Nació el 4 de abril de 1870 en Santo Domingo y muere en 1952.

Doctor en Derecho por la Universidad de Santo Domingo. Escritor, periodista, abogado e historiador. Llamado por Eugenio María de Hostos como uno de los mejores hijos de la nación dominicana por su estilo y la precisión de sus ideas.

Su obra está recogida en una antología recopilada por Julio Jaime Julia. El primer tomo de esa antología comprende artículos, protestas, manifiestos, discursos, conferencias y cartas.

Se recoge su brillante labor nacionalista y patriótica durante la etapa de la intervención militar norteamericana de 1916 a 1924. Después fue ideólogo de ese movimiento cívico y fundador y cabeza del Partido Nacionalista.

Obra
1. ¿Es arreglada al derecho natural la investigación de la paternidad? (1889),
2. A punto largo (1901),
3. Heliotropo (1903),
4. Defensa (1905),
5. Ensayos dramáticos (1906),
6. Bibliografía (1906),
7. Flor y lava (1909),
8. La cuarta conferencia internacional americana (1912),
9. El estado dominicano ante el derecho público (1916),
10. La intervención americana (1916),
11. Asuntos prácticos (1917),
12. Camafeos (1919),
13. Por la raza (1920),
14. El plan de validación Hughes-Peynado (1922),
15. Lo que significaría para el pueblo dominicano la ratificación de los actos del gobierno militar norteamericano (1922),
16. El nacionalismo dominicano (1923),
17. Declaración de principios (1925),
18. Colección Lugo (1925),
19. Los restos de Colón (1936),
20. Manifiesto al pueblo y al gobierno de España (1940),
21. Recopilación relativa a las colonias españolas y francesas de la isla de Santo Domingo (1944),
22. Baltasar López de Castro y la despoblación del norte de La Española (1947),
23. Emilio Prud`Homme (1948).

Primer editorial de la revista Patria
Debemos defender nuestra patria

Sea cual fuere el grado de aptitud política alcanzado hasta ahora por el pueblo dominicano, es indudable que existe una patria dominicana.

Los españoles, al mando, al principio, del Gran Almirante, descubrieron, conquistaron, colonizaron y civilizaron las Indias, y primero y muy principalmente esta maravillosa isla Española. Entre nosotros, pues, ha brillado la luz del Evangelio, e impreso su belleza antes que en Washington, Boston y Nueva York.

Fuimos y somos el mayorazgo de la más grande entre las nacionalidades de la Edad Moderna. La incipiente nacionalidad lucaya puede simbolizarse en la frágil y como etérea constitución fisiológica del dulce lucayo: pareció y se extinguió con éste sin dejar siquiera un solo monumento artístico o literario que la historia pudiese colocar sobre su tumba.

Fragmento

Lugo Herrera, Isidro Américo. Primer editorial revista Patria. 1922

Carta a Trujillo

Carta circulada clandestinamente donde se refleja el alto espíritu moral de una de las más brillantes figuras de la intelectualidad dominicana frente a la tiranía, y que la Librería Dominicana se complace en reproducir para conocimiento general y como homenaje a su autor, el doctor Américo Lugo.

Ciudad Trujillo, Distrito de Santo Domingo,
13 de Febrero de 1936
Generalísimo Rafael L. Trujillo.
Presidente de la República.
CIUDAD

Honorable Presidente:

En el discurso pronunciado por Ud. el 26 de Enero último al inaugurar el acueducto y el mercado de Esperanza, hace Ud. una afirmación que no puedo dejar pasar por alto, relativa al encargo que, a iniciativa de Ud. me fue propuesto por el gobierno dominicano y que, aceptado por mí, dio ocasión al contrato celebrado entre éste y yo en fecha 18 de julio de 1935, y en virtud del cual me he comprometido a escribir una nueva Historia de la Isla de Santo Domingo. Dicha afirmación es la siguiente: "Que Ud. me ha confiado el encargo de escribir, en calidad de Historiador Oficial, la historia del pasado y del presente".

Me veo en la necesidad de ocupar su elevada atención para manifestarle que no me considero historiador oficial ni obligado a escribir la historia de lo presente. No me considero historiador oficial, porque mi convenio excluye por naturaleza de toda idea de subordinación y debe ser cumplido exclusivamente bajo los dictados de mi conciencia. No recibo órdenes de nadie y escribo en un rincón de mi casa. Tampoco me considero historiador del presente, porque, por el contrario, la cláusula primera de mi contrato con el Gobierno Dominicano excluye de manera expresa el escribir la historia del presente. Dicha cláusula dice así: "El doctor Américo Lugo se obliga frente al Gobierno Dominicano a escribir una obra intitulada Historia de la Isla de Santo Domingo, que constará de cuatro volúmenes en octavo, de cuatrocientas páginas, más o menos, cada volumen; la cual comprenderá el período comprendido entre los años 1492 a 1899, o sea desde el descubrimiento de la isla basta la última administración del Presidente Ulises Heureaux inclusive. A partir de esa fecha, el Dr. Lugo se obliga a hacer en su obra un recuento histórico de las demás administraciones". "Recuento" significa: Enurneración, inventario". En consecuencia, recuento histórico significa una enumeración de sucesos históricos; pero de ningún modo significa escribir la historia de dichos sucesos. Y un recuento es lo único a que me he obligado, a contar de 1899 o sea de la última administración del Presidente Heureaux. El título de historiador oficial carecía de sentido aplicado a un historiador del pasado. No podría referirse sino a la persona nombrada para escribir la historia de la administración actual; y la historia de la administración actual está excluida de mi Contrato, con el Gobierno Dominicano, como lo está la de todas las demás administraciones públicas posteriores al 26 de julio de 1899. Yo manifesté al enviado de Ud. que mi deseo era y había sido siempre no escribir historia sino hasta el año 1886 solamente. Se me arguyó que mi historia quedaría muy atrás para los estudiantes; y en obsequio de éstos convine en alargarla hasta 1899 y en hacer un recuento o enumeración de sucesos históricos a contar de esa fecha, pero nada más.

A Ud. no podía sorprenderle que yo me negase a traspasar en mi historia, los linderos del siglo XX. Ud. recordará que en Marzo de 1934 Ud. me ofreció una fuerte suma de dinero para que yo salvara mi casa, a cambio de que yo escribiera la Historia de la Década, lo cual era proponerme que fuese su historiador oficial; y Ud. recordará así mismo que preferí perder mi casa, como efectivamente la perdí, contestando a Ud. en carta de fecha 4 de abril de 1934 lo siguiente: "Yo podría ser, aunque humilde, historiador, pero no historiógrafo... Creo un error la resolución de escribir la historia de la última década. Lo acontecido durante ella está todavía demasiado palpitante. Los sucesos no son materia de la historia sino cuando son materia muerta. Lo presente ha menester ser depurado, y sólo el tiempo destila el licor de verdad dulce y útil para lo porvenir. Todo cuanto se escribe sobre lo actual o lo inmediatamente inactual, está fatalmente condenado a revisión.

La administración del general Vásquez y la de Ud. sólo podrán ser relatadas con imparcialidad en lo futuro. El juicio que uno merece de la posteridad no depende nunca de lo que digan sus contemporáneos; depende exclusivamente de uno mismo. Aparte de estas consideraciones decisivas, yo no podría escribir ese trozo de historia por dos razones: la primera, mi falta de salud; la segunda, mi falta de recursos. Recibir dinero por escribirla en mis presentes condiciones, tendría el aire de vender mi pluma, y ésta no tiene precio".

No cabe en lo posible que quién escribió a Ud. lo que precede, acepte, ahora ni nunca, el cargo de Historiador Oficial. Aunque Ud. hubiera de alcanzar y merecer todo lo que se propone y dice en su discurso, de lo cual yo me alegraría por el bien que reportaría el país, yo no sería su historiógrafo. No puedo serlo de nadie. Un historiógrafo o historiador oficial huele a palaciego y cortesano, y yo soy la antítesis de todo eso. No soy ni puedo ser sino un humilde historiador de lo pasado, y sólo como tal me he obligado con el Gobierno. Un historiador oficial es un historiógrafo, y la diferencia que hay entre simple historiador e historiógrafo ha sido magistralmente expuesta por Voltaire en su "Diccionario Filosófico", vocablo "Historiografía", en donde dice: "Este título es muy distinto del título de historiador. Se llama historiógrafo en Francia al hombre de letras que está pensionado. Es muy difícil que el historiógrafo de un príncipe no sea embustero, el de una república adula menos, pero no dice todas las verdades. En China los historiógrafos están encargados de coleccionar todos los títulos originales referentes a una dinastía... Cada soberano escoge su historiógrafo. Luis XIV nombró para este cargo a Pellisson. . . "

También se debe a mi exclusiva iniciativa la cláusula séptima del referido contrato del 18 de julio de 1935, cláusula que se refiere a la cesión de 5.000 ejemplares al Gobierno Dominicano. Esta no me exigió nada; pero yo no hubiera aceptado su oferta de escribir una historia sino a condición de ofrecer, a mi vez, la manera de rembolsar ampliamente la cantidad de dinero que costase escribirla y editarla. Es mi firme voluntad, sean cuales fueren las condiciones en que yo escriba mi Historia; poner desinteresadamente mi obra, por algún tiempo, a disposición del Estado.

He aceptado escribir una nueva historia de Santo Domingo a pesar de mi poca idoneidad por la razón capital expresada en 1932, en mi introducción al curso oral sobre historia colonial, cuando digo: "El efecto más doloroso para nosotros de la decadencia de la isla ha sido que, desde entonces, la historia de ésta quedó enterrada en los archivos coloniales; y allí está y estará hasta que la rescate de la noción que la conciencia nacional va creando de sí misma y tan poco a poco como lo requiere el hecho de que la formación de la conciencia nacional depende del conocimiento de la historia patria". Cuando Ud. me propuso escribirla, envió a decirme que Ud. consideraba que prestaría un servicio eminente a las generaciones futuras aportando su concurso para que yo la escribiera, y yo acepté, por mi parte, el escribirla, con el único pero elevado propósito de contribuir, siquiera modestamente, a la formación de la conciencia nacional, que todavía no existe pero acepté teniendo cuidado en evitar, como se ve en las cláusulas primeras y séptima de mi contrato, que nadie pueda erróneamente figurarse que pertenezco a la farándula que sigue a Ud. como sigue a todos los potentados de la tierra, tratando de medrar a cambio de lisonjas.

Creo que, en honor a la verdad, si Ud. hubiera podido tener a mano y compulsar el contrato que he celebrado con el Gobierno Dominicano, no se habría expresado en la forma en que lo hizo, atribuyéndome un cargo que no tengo y una obligación que no me corresponde. Creo también que aunque Ud. me haya tratado muy poco, me conoce lo bastante, como me conoce todo el país, para saber que yo no me puedo consentir en verme uncido a ningún carro triunfal. La virtud y la ambición son en principio incompatibles. Los vencedores no tienen entrada franca en mi cristianizado espíritu. Los que la tienen son los pobres y los humildes. "Los humildes serán ensalzados y de los pobres es el reino de los cielos", dice el Evangelio. En cuanto a los grandes triunfadores, éstos pertenecen a la historia: ella se los entrega a la posteridad, y la posteridad ha de juzgarlos. No se puede formar Juicio histórico contemporáneo sin violar la jurisdicción de ese tribunal misterioso y supremo.

Yo no tengo "una mentalidad erudita". Sólo tengo ideas claras y rectitud de corazón. No he estudiado nunca por la simple curiosidad de saber, sino, conforme a Aristóteles, para ser bueno y obrar bien. En este sentido creo que la lectura de la historia es una suprema lección de moral. Es injustificado el desdén hacia la historia del pasado. No hay pasado oscuro. La oscuridad sólo está en nosotros. Es del pasado de donde viene siempre la luz con que vemos hoy con el espíritu las cosas, sencillamente porque no puede venir del porvenir. El porvenir sería tan oscuro como la muerte, si no fuera porque la luz de lo pasado es tan potente que permite prever ciertos acontecimientos de un futuro próximo. Y la ciencia difícil del mando es la eminencia sobre la cual la historia proyecta con más claridad la luz. Aunque la marcha de la humanidad sea progresiva, el hombre de Estado debe abismarse en la contemplación de lo pasado, porque éste es raíz, tronco y savia de los frutos del presente, sin los cuales éste se marchitaría y se secaría como rama arrancada del árbol.

Antes de elaborar sucesos históricos es indispensable estudiar los sucesos realizados por las generaciones anteriores. Ellos son la experiencia de la vida; ellos suministran las reglas y modelos. Y de modo singular necesita el político el conocimiento del pasado de su pueblo, porque ese pasado es la cantera de los materiales apropiados para la fábrica de una obra política verdaderamente nacional. La índole de un pueblo no puede estudiarse sólo en su generación viviente. En política ninguna solución es fácil; ningún error es teórico. Las disposiciones legislativas de un pueblo, aunque sean científicas; son perturbadoras cuando no respondan a sus necesidades, a su situación, opiniones y creencias. Lo que se llama reconstrucción nacional debe hacerse de acuerdo con lo pasado: la reconstrucción contra el pasado es pura ideología; es lo mismo que si para reparar un edificio, se prescindiese de él.

Los más grandes, guiadores de sociedades y de ejércitos han medido sus pasos por la lección de la historia y acuñado sus hazañas en este acerado y finísimo troquel. Los mejores reyes y capitanes de Grecia y Roma y del mundo se criaron y formaron en el regazo de la historia, y aún algunos magistralmente la escribieron. La almohada de Alejandro era la Ilíada junto con su espada; César puso al lado de la suya sus admirables Comentarios; y Napoleón, en sus reflexiones sobre la campaña del Magno Macedonio, nos revela su atento y profundo estudio de lo pasado. El rey Alfonso el Sabio, el hombre más culto del siglo XIII, escribió la Historia de España para enseñar al pueblo español sus orígenes; también escribió la del suyo el profeta Moisés, mientras lo guiaba a la tierra prometida; y Mahomet el Conquistador leía y fundaba escuelas mientras combatía. La excelsitud no se improvisa. Las grandes acciones exigen poderoso y cultivado entendimiento, y necesitan ser puestas, antes de ser realizadas con audacia, bajo el signo de la prudencia, virtud suprema del que manda y rige pueblos y que sólo se acendra en la lección atenta de la historia.

La actual generación dominicana es precisamente, en mi pobre concepto, la más desgraciada de cuantas han hollado con su planta el suelo de la isla sagrada de América.

Débese ésto a la Ocupación Americana, que fue escuela de cobardía y envilecimiento, debilidad y corrupción, y cuya acción depresiva y deletérea destruyó la energía del carácter, la seriedad de la palabra, la vergüenza en el obrar, dejando, a la hora de la Desocupación, un pueblo muelle, despreocupado y descreído sobre esta tierra de acción y de fe, que fue almáciga de héroes desde los primeros tiempos del descubrimiento del Nuevo Mundo y que dio a éste, en el siglo XIX, un príncipe de la libertad en Francisco del Rosario Sánchez. Los poderes públicos deben estimular en nuestra juventud el florecimiento de aquellas energías de que dieron alta prueba Meriño frente a Santana, Luperón frente a España, Emiliano Tejera frente a Báez, Luis Tejera frente a la tentativa filibustera de 1905, y, frente al desembarco de los norteamericanos en San Pedro de Macorís, Gregorio Urbano Gilbert. Es menester buscar al historiador dominicano que más se asemeje a Tucídides, para que evoque en toda su épica belleza el proceso glorioso de esta república nuestra durante la Anexión y riegue con la corriente y declaración de los sucesos antiguos los modernos, a fin de vigorizar la debilitada cepa del presente.

Mi creencia, cada vez más arraigada, de que el pueblo dominicano no constituye nación, me ha vedado en absoluto ser político militante. No he sido, dentro de los términos de mi país, ni siquiera alcalde pedáneo. En una serie de artículos publicados en 1899 y reproducidos luego en "A Punto Largo", he escrito lo siguiente: "Gobernar es Amar". "Son, a mi ver, más compulsivos para el político que para el sacerdote los deberes de humanidad, dulzura, piedad y tolerancia, porque lo más grave de la ley es como afirma San Mateo. el juicio, la misericordia y la fe. Para mí la cuestión no es dispensar el bien y el mal como las divinidades antiguas, sino hacer el bien; es no adoptar resoluciones que no estén cimentadas en la rectitud del corazón, es dar al pueblo toda su personalidad enérgica y viril, fortificando diariamente su espíritu en el rudo ejercicio de la libertad, que es el único que produce los caracteres enérgicos que forman las naciones y mantienen independiente al estado de toda dominación extranjera; es proporcionar, no la educación meramente intelectual que sólo sirve para aumentar las filas de los peores auxiliares del poder, sino la que fecundiza, extiende y vivifica la libertad jurídica, hasta el punto de producir la libertad política, que es la verdadera libertad; es poner fuera. de todo alcance los derechos del ciudadano y reducir al mínimum necesario los de los poderes públicos, es finalmente, consagrarse al bien público con perfecto desinterés material e inmaterial, amar la pobreza y practicarla, despreciar el aplauso en absoluto, adoptar sólo los medios que justifiquen la nobleza de los fines y acuñar la paz en las palabras, en las medallas, en los actos y en las almas.

Suplico a Ud. dispensarme por haberle distraído de sus importantes ocupaciones, y espero que Ud. no tendrá inconveniente en reconocer, como es de estricta verdad y justicia, que no estoy encargado de escribir la historia del presente, sino la del pasado hasta el 26 de Julio de 1899, y que lo único a que estoy obligado, respecto del presente es a hacer una enumeración de los sucesos históricos a contar de 1899, todo de conformidad a mi contrato con el Gobierno Dominicano, de fecha 18 de julio de 1935; y que es conforme a este criterio que debo continuar escribiendo la Historia de la Isla de Santo Domingo.

Soy de Ud. Honorable Presidente, con sentimientos de la consideración más distinguida.
AMERICO LUGO

miércoles, 25 de febrero de 2009

Caricatura de Don Américo Lugo copiada de un libro de Anecdotas de Rodriguez Demorizi.